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domingo, 22 de enero de 2012

"La espalda y los libros", de Ángeles Caso

             Me dedico estos días a una tarea agotadora: ayudar a mi madre en lamudanza que se ha visto obligada a realizar por ra­zones que no vienen al caso. Hacer la mudanza de una persona mayor que lleva decenas de años vivien­do en la misma casa es una labor de titanes. De pronto, todo se lle­na de cajas que rebosan de objetos en su mayor parte inútiles, pero ca­da uno de los cuales supone un re­cuerdo importante de la vida de su propietario. Es como si se pudiera reconstruir la existencia de un ser humano a través de álbumes de fo­tos, bolsos pasados de moda, objetos traídos de viajes que fueron extraordinarios. Miles de momentos de fulgor y nostalgia.
            Hacer además la mudanza de una casa donde vivió un catedráti­co de Literatura -mi padre-, es ta­rea propia de Hércules. Me deba­to entre miles y miles de libros que pesan como rocas. En homenaje al amor de mi padre por ellos, y al mío propio, los trato con el mismo cuidado que si fueran delicadas piezas de porcelana. Voy sacándo­los uno por uno, limpiándolos con un cepillo y colocándolos en el si­tio que debe ser, ese y ningún otro, según el orden personalísimo que tienen todas las bibliotecas.
            Y entonces envidio la suerte de las generaciones futuras, que en cuatro o cinco artefactos del tama­ño de una cuartilla podrán trasla­dar toda esa sabiduría y esa belle­za sin deslomarse. Siempre he si­do partidaria del lector electróni­co. Ahora, con este dolor lumbar que padezco y los estornudos que me provoca el polvo, me he con­vertido en adoradora del cacharrito. Por Dios, que metan pronto to­dos los libros del mundo ahí den­tro, por el bien de las espaldas de los lectores apasionados.
(Ángeles Caso, Público, 14 de abril de 2011)

martes, 17 de enero de 2012

COMENTARIO DE TEXTO RESUELTO


UN CERO

            La boina ha vuelto. Madrid y Barcelona se la han encasquetado desde hace semanas y, mientras no cambie el tiempo, no habrá manera de que el tejido se haga más liviano. De la contaminación suelen acordarse los Gobiernos cuando la boina ennegrece sobre nuestras cabezas; cuando un regla­mento exterior llama al orden o cuando es imposible ocultar que han aumentado los ingresos hospitalarios. Sin dejar de restarle valor a la responsabilidad de las autorida­des en algo que afecta de manera tan seve­ra a la salud pública hay algo que siempre me deja perpleja en el comportamiento de los españoles: el hecho de que el poder lo ostenten otros parece que nos exime de cualquier responsabilidad para remediar un problema que, en este caso, afecta, sobre todo, a los más débiles. El Ayuntamiento de Madrid pide a los ciudadanos que procuren dejar el coche en casa por unos días. El resultado ha sido notable: un 0% de descen­so. Los mismos cacharros a las mismas ho­ras. Los datos han aparecido en los periódi­cos y la respuesta de la ciudadanía ciberné­tica, siempre dispuesta a la indignación, no se ha hecho esperar: “Mientras ellos mini­micen el problema por qué voy a sufrir yo las consecuencias”; “no pienso dejar el co­che en mi casa, eso es un parche”; “¡ja!, por una parte, se lavan las manos, por la otra, nos piden que lo arreglemos nosotros”.
            ¡Un 0%! ¿Cómo es posible que no nos sonrojemos (un poco)? Alguna vez le he leído al politólogo Fernando Vallespín que una de las condiciones para que la democra­cia funcione es que tenga ciudadanos a la altura de un sistema que nos plantea debe­res que habrían de cumplirse voluntaria­mente.
            La manera de demostrarle a las autori­dades que la contaminación es un asunto que preocupa es, precisamente, siendo acti­vo en rebajarla. Y cuando se marche esa boina, no olvidarse del asunto. Dar la matra­ca. Otro deber.

(Elvira Lindo, El País, 9 de febrero de 2011)
 
Resumen:

            Ante la contaminación de las grandes ciudades, los gobiernos no se preocupan ni toman medidas, salvo si se las imponen los organismos internacionales o si se producen situaciones graves para la salud de los ciudadanos. Sin embargo, la culpa del problema no es solo de los gobiernos, sino también de los ciudadanos españoles, que no asumen como suyas las responsabilidades y creen que los gobernantes deben ser quienes actúen. Por eso, la iniciativa del ayuntamiento de Madrid de reducir el tráfico de coches ha obtenido una respuesta del cero por ciento. En los foros de Internet, los usuarios se muestran reacios a ser ellos quienes resuelvan el problema. Para la autora es vergonzoso que esto ocurra y cree que no es necesario que nadie nos recuerde determinadas obligaciones cívicas. Según ella, la contaminación debe atacarse entre todos y en todo tiempo.

Tema:

            Los gobiernos se ocupan poco de resolver el problema de la contaminación, pero los ciudadanos españoles no son capaces de asumir su parte de responsabilidad. La autora cree necesaria la implicación de los ciudadanos voluntariamente.

Recursos lingüísticos con los que se logra la cohesión, coherencia y adecuación:

            Desde el punto de vista de la adecuación, el texto nos ofrece algunos aspectos interesantes, como puede ser la intención comunicativa de la autora, que se manifiesta en el uso de la función representativa, meramente informativa, sobre todo en el primer párrafo del texto, donde, a veces, aflora también la función expresiva, como en “hay algo que siempre me deja perpleja en el comportamiento de los españoles”, donde la información es sustituida por la opinión personal. En los dos últimos párrafos se hace presente la función conativa, que pretende modificar la actitud del receptor, sobre todo en la interrogación retórica “¿Cómo es posible que no nos sonrojemos (un poco)?”. Precisamente este último paréntesis al final de la interrogación muestra el tono irónico de la autora, al sugerir que deberíamos sonrojarnos “un poco”, porque, desde su punto de vista, ni siquiera se da este mínimo de vergüenza entre la ciudadanía española.
            La situación comunicativa nos instala en nuestro mundo actual, en el que la contaminación es un problema acuciante que, sobre todo en las grandes ciudades, es preciso atajar, pero también nos coloca, como receptores, en una situación comprometida, a partir del conocimiento y la experiencia de la autora acerca de la forma de pensar y actuar de sus compatriotas. A ellos se dirige, adecuadamente, pues es demostrable que, en general, el comportamiento de los españoles en este tipo de situaciones, es muy cercano al que Elvira Lindo plantea aquí. Es una forma de mover las conciencias de los lectores.
            La autora emplea un registro formal, aunque, a veces, incluye expresiones y palabras de uso coloquial, como “cacharros” o “dar la matraca”, o exclamaciones e interrogaciones con las que muestra una expresividad que transciende ese registro formal.
            En lo tocante a la coherencia, nos encontramos con un texto de tipo expositivo y argumentativo (esto, sobre todo, al final), en el que se nos informa sobre el problema de la contaminación en las grandes ciudades y se hace un llamamiento a las conciencias. El texto se estructura en dos partes: la primera abarca el primer párrafo y nos habla de cómo la contaminación domina los cielos de Madrid y Barcelona y de cómo las autoridades se preocupan poco del problema y los ciudadanos rechazan su responsabilidad; la segunda parte la conforman los dos párrafos finales, en los que Elvira Lindo expresa su sorpresa y perplejidad ante el fracaso de la iniciativa del ayuntamiento de Madrid y plantea que nada se solucionará si los ciudadanos no toman conciencia de este problema.
            El texto está dotado de una unidad temática que contribuye a su coherencia, a través de la progresión de la información: Madrid y Barcelona están contaminadas; las autoridades se despreocupan, pero el ayuntamiento de Madrid hace una propuesta; los ciudadanos responden negativamente a esta propuesta; la autora se siente avergonzada y pide la colaboración de todos para resolver el problema. No hay ninguna digresión, pues incluso la cita del politólogo Fernando Vallespín redunda en la dejación de obligaciones por parte de los ciudadanos.
            La cohesión se logra en el texto por medio de los elementos de referencia que están presentes en él, entre los cuales podemos citar la anáfora, que se muestra en las palabras del comienzo: “La boina ha vuelto. Madrid y Barcelona se la han encasquetado desde hace semanas”, donde el pronombre la alude a “la boina”, situada en posición anafórica al principio del texto. El recurso opuesto, la catáfora, lo tenemos en la frase “hay algo que siempre me deja perpleja en el comportamiento de los españoles: el hecho de que el poder lo ostenten otros parece que nos exime...”. Como vemos, el pronombre indefinido “algo” anticipa la presencia catafórica de todo lo que va tras los dos puntos (“el hecho de que el poder...”). Un ejemplo de deixis se da en la referencia a la situación comunicativa, con las palabras “en este caso” (“remediar un problema que, en este caso, afecta, sobre todo, a los más débiles”), que nos remite a la contaminación y a sus repercusiones en la vida y la salud de todos. La exlamación con la que comienza el segundo párrafo se basa en la elipsis, ya que la autora se limita a decir “¡Un 0%!”, sin especificar de qué, gracias a que en el párrafo anterior sí ha indicado a qué hace alusión ese dato estadístico: el descenso del número de coches en las calles de Madrid. También es importante el recurso al uso de sinónimos (“coches”-“cacharros”), la repetición tautológica de una misma idea (“no olvidarse del asunto”- “dar la matra­ca”), la metáfora (“boina” por nube de contaminación sobre los edificios), las estructuras paralelas (“los mismos cacharros a las mismas ho­ras”), la figura retórica de la anáfora (aquí con la reiteración de “cuando” al principio de frases seguidas) o la interrogación retórica (“¿Cómo es posible que no nos sonrojemos (un poco)?”).
            Para lograr la cohesión Elvira Lindo emplea igualmente una serie de conectores que confieren una mayor unidad al texto, como “sin dejar de”, que parece introducirnos una nueva perspectiva o punto de vista, o, ya al final “y cuando”, donde, además de sugerir la conclusión de la exposición, se plantea una situación temporal futura que abre nuevas posibilidades.

Comentario crítico

            Elvira Lindo se centra en el problema de la contaminación de las grandes ciudades para censurar el comportamiento apático de los españoles, a quienes considera incapaces de afrontar los problemas comunes como algo que afecta, también, a cada individuo. Según ella, independientemente de la actitud indolente de las autoridades (que solo reaccionan ante este asunto cuando se ven en una situación extrema), los ciudadanos no adoptan una actitud firme cuando creen que los problemas deben resolverlos los que gobiernan, y descargan todas las culpas sobre estos, lavándose las manos y manteniéndose al margen del conflicto, en una actitud muy típicamente española, que consiste en considerar que son otros los responsables y que para eso están donde están. Por otro lado, los ciudadanos, que hacen oídos sordos a las recomendaciones del ayuntamiento de Madrid (en este caso concreto), sí se consideran capacitados para protestar y quejarse cuando se les pide que colaboren en la resolución del problema dejando el coche en casa. Una vez más nos encontramos con la idea de que nuestros derechos están por encima de nuestros deberes, y, por lo tanto, nadie puede impedirnos que, en uso de nuestra libertad, nos movamos por las calles de la ciudad con nuestros coches, argumentando, como excusa, que ese sacrificio no servirá de nada mientras las autoridades no tomen partido activamente.
            La actitud crítica de la autora le lleva a emplear la ironía y a anticiparse a la respuesta de la “ciudadanía cibernética”, en cuyos foros se trata el tema con la misma desconsideración con la que se tratan casi todos los conflictos: mientras a mí no me afecte directamente, no voy a dejar de actuar como me venga en gana. Por eso, Elvira Lindo echa mano de las palabras del politólogo Vallespín y de la idea de que la democracia no funcionará mientras no seamos capaces de asumir ciertas responsabilidades como algo normal en la convivencia humana, sin esperar a que se nos prohíba algo a que se nos diga cómo tenemos que comportarnos en un determinado momento. Luchar contra la contaminación no es un capricho de los gobernantes, sino un deber de todos, ya que todos estamos implicados en los efectos nocivos de este problema moderno. Sin embargo, los españoles vivimos acostumbrados a quitarnos de encima las responsabilidades y a considerar la importancia de nuestros derechos, siempre por encima de nuestros deberes, como hemos señalado antes. Así, mi derecho a desplazarme con el coche solapa mi deber de no contaminar; mi derecho a fumar cuando me apetezca se superpone al derecho de quienes no fuman; mi derecho a escuchar la música a todo volumen es más importante que mi deber de respetar el descanso de los demás o mi derecho a beber cuando me apetezca está por encima de las leyes que prohíben hacerlo en la calle. Siempre lo mismo: yo por delante de todo lo demás.
            En este sentido, cobra importancia el título del artículo que comentamos, donde ese cero no es solo el porcentaje de automovilistas que dejaron el coche aparcado, sino también la calificación que nos merecemos todos por no ser conscientes de nuestras obligaciones, como los malos estudiantes. Un cero es nuestra nota como ciudadanos si no somos capaces de darnos cuenta de que ser eso, un ciudadano, significa pensar en los demás, ser solidario con los otros, contribuir a hacer más habitable el planeta y propiciar un futuro agradable para quienes vengan después de nosotros. Un cero es nuestra nota si nos empecinamos en ser egoístas y en pensar solo en nosotros mismos, sin considerar que vivimos en sociedad. Un cero es, también, nuestra nota, si pensamos que solo los políticos tienen la responsabilidad de arreglar todo lo que está desarreglado.
            El final del artículo de Elvira Lindo debería ser un aldabonazo a nuestras conciencias, ya que supone un llamamiento a la acción, a no mantenernos pasivos, dominados por nuestro ego: no solo hemos de actuar contra esa contaminación que se adueña de las ciudades, sino que, también, hemos de mantener despiertos a los gobernantes: seguir sus propuestas (como la de no utilizar el coche en determinadas ocasiones), pero también demostrarles que estamos alerta, que no vamos a parar de llamarles la atención para que se mantengan despiertos y sean conscientes de que nos implicamos en la resolución de los problemas. Dicho con pocas palabras, y tomándolas prestadas de la autora, “dar la matraca”, que, además, para lo que aquí nos interesa, es, por supuesto, otro deber más, como todos los que pasamos por alto cada día.