Spanish Language Route

lunes, 14 de enero de 2013

"Gentes de honor", de Isabel San Sebastián



            El sábado juré bandera en la base de la bri­gada Rey Alfonso XIII, de la Legión, sita en Viator (Almería), lo que es tanto como decir que realicé, en la mejor compañía posible, un gesto sencillo, lleno de significado sim­bólico, para expresar mi amor lúcido y responsable a España. Mi reconocimiento a esta gran Na­ción cuyas sombras, abundantes en la actualidad, denuncio desde hace años a través de todos los medios que pone a mi alcance el periodismo, y cu­yas luces, resplandecientes en términos históri­cos y culturales, hacen que siempre me haya sen­tido orgullosa de ser española.
          Elegí cumplir este rito junto a los legionarios de Viator porque en estos tiempos oscuros de co­rrupción y mediocridad, en esta España empo­brecida del «sálvese quien pueda», zarandeada por el nacionalismo separatista, que encumbra social y políticamente a personajes de bajísima estofa intelectual y peor catadura moral, nadie iguala a las Fuerzas Armadas en la representa­ción de los principios y actitudes que yo admiro: Integridad, valentía, coherencia, austeridad, cons­tancia en el trabajo, afán de superación, esfuerzo permanente de cohesión, generosidad... Y la Le­gión encarna, a mi modo de ver, la quintaesencia del honor que anida en el corazón de ese Ejérci­to, imbuido de un espíritu de servicio que se re­fleja en cada una de las misiones llevadas a cabo por sus hombres y mujeres dentro y fuera de nues­tras fronteras.

          Muchos de los soldados a quienes vi honrar a sus compañeros caídos en la Saguía el Hamra (1958) acababan de regresar de Afganistán, donde la vís­pera había muerto, mientras trataba de desactivar un artefacto explosivo, el sargento David Fernán­dez Ureña; uno de tantos héroes cuyo sacrificio ha sido determinante para proporcionarnos seguri­dad a nosotros, que permanecemos cómodamen­te en casa, mientras ellos se juegan la vida a cambio de una paga modesta, no por interés o afán de medrar, sino por convicción; un intangible que co­tiza a la baja en el mercado de valores vigente en esta sociedad, sin el cual, empero, ninguna empre­sa merecedora de ser recordada habría sido aco­metida jamás. Tal vez sea esa la razón de que esta vieja España, en la que la decencia y la brillantez constituyen obstáculos prácticamente insalvables para alcanzar el vértice del poder, no acometa em­presa alguna digna de pasar a la Historia.

       De todos los «espíritus» del Credo Legionario que tuve ocasión de escuchar en el transcurso de esa jornada inolvidable, uno me llamó especial­mente la atención: «El morir en el combate es el mayor honor. No se muere más que una vez. La muerte llega sin dolor y el morir no es tan horrible como parece. Lo más horrible es vivir siendo un co­barde».

      Esa misma tarde, la del sábado, estaba convoca­da en Bilbao una manifestación en favor de los te­rroristas presos. Una marcha etarra autorizada por el juez Gómez Bermúdez, contra la que únicamen­te las víctimas de los verdugos del hacha y la ser­piente, humilladas en lo más hondo por ese nuevo escarnio, habían alzado claramente la voz. Pensé en ellas, en todos aquellos a quienes ETA ha roba­do la vida en su intento de romper España, y tam­bién en los que han claudicado de un modo u otro ante esa banda asesina. ¿Qué es peor? Yo no creo que morir sea un honor ni sé si es horrible o no la muerte. Nadie ha regresado para contarlo. Conoz­co, eso sí, a muchos cobardes, y me consta lo ab­yecto de su condición. Seres dominados por el mie­do, huérfanos de honra, miserables. La antítesis del espíritu que habita en la Legión.



Isabel San Sebastián, ABC, 14 de enero de 2013