La incapacidad para mirar más allá
de nuestras fronteras centenarias es uno de los problemas mayores que aquejan a
los españoles. Algunos, catalanes y vascos sobre todo, lo llevan hasta sus
últimas consecuencias; puestos a estrechar horizontes se empeñan en reducir sus
ambiciones a escalas provincianas.
Basta con abrir cualquier medio
informativo para constatar lo poco que interesa aquí lo que pueda suceder allí,
en el resto del mundo. Por encima de sucesos luctuosos no hay información
relevante sobre lo que se cuece, o está por cocinar, más allá de nuestra propia
despensa. Y así pasa lo que pasa; las primeras planas se cubren con los
absurdos reclamos del encargado de la administración de un gobierno regional,
con el “sagrado derecho” al aborto con que los socialistas actuales tratan de
tapar sus desnudeces, cuando no con un sinfín de actuaciones judiciales de
nunca acabar.
No es nueva esta pulsión
carpetovetónica a mirarse el ombligo. Desde hace poco más de tres siglos el
país quedó como hibernado tras el esplendor imperial -en el XVIII ya se hablaba
del Siglo de Oro como de algo lejano-, y contadas fueron las ocasiones en que
despertó para abrirse a nuevas esperanzas y perspectivas; la de 1931 concluyó
fatalmente, y parece que algunos se empeñan en cerrar la abierta en 1977.
Este país, como todos, necesita
salir de sus casillas, como se salió en 1492, fecha que para algunos marca el
comienzo de la mundialización, ahora llamada globalización. Viviendo y formando
parte del nacimiento de una gran federación de Estados europeos, que eso es la
UE, no podemos seguir cuestionándonos nuestro propio ser como si el mundo
terminara en España –o en Cataluña, que aún es menos-. La tarea está afuera, y
tenemos tantos títulos como el que más para participar en ella desde la primera
línea.
El desafío es mirar más allá, en el
espacio y también en el tiempo. Porque esa cuarta dimensión de la que comenzó
hablando Einstein, la del
tiempo, es hoy tan real como las de la geometría euclidiana. La eliminación de
muchas fronteras, físicas y culturales, está significando una nueva noción del
tiempo. Hoy, en nuestro mundo occidental, el futuro se hace presente con mayor
celeridad que el pasado dejó de serlo. Ignorarlo, perder el compás, es la vía
segura al cretinismo y/o a la reacción, y en ella estaremos mientras no
levantemos la mirada más allá de nuestro ombligo.
(“El blog de Federico
Ysart”, ABC, 8 de enero de 2014)