Elegí
cumplir este rito junto a los legionarios de Viator porque en estos tiempos
oscuros de corrupción y mediocridad, en esta España empobrecida del «sálvese
quien pueda», zarandeada por el nacionalismo separatista, que encumbra social y
políticamente a personajes de bajísima estofa intelectual y peor catadura
moral, nadie iguala a las Fuerzas Armadas en la representación de los
principios y actitudes que yo admiro: Integridad, valentía, coherencia,
austeridad, constancia en el trabajo, afán de superación, esfuerzo permanente
de cohesión, generosidad... Y la Legión encarna, a mi modo de ver, la
quintaesencia del honor que anida en el corazón de ese Ejército, imbuido de un
espíritu de servicio que se refleja en cada una de las misiones llevadas a
cabo por sus hombres y mujeres dentro y fuera de nuestras fronteras.
Muchos
de los soldados a quienes vi honrar a sus compañeros caídos en la Saguía el
Hamra (1958) acababan de regresar de Afganistán, donde la víspera había
muerto, mientras trataba de desactivar un artefacto explosivo, el sargento
David Fernández Ureña; uno de tantos héroes cuyo sacrificio ha sido
determinante para proporcionarnos seguridad a nosotros, que permanecemos
cómodamente en casa, mientras ellos se juegan la vida a cambio de una paga
modesta, no por interés o afán de medrar, sino por convicción; un intangible
que cotiza a la baja en el mercado de valores vigente en esta sociedad, sin el
cual, empero, ninguna empresa merecedora de ser recordada habría sido acometida
jamás. Tal vez sea esa la razón de que esta vieja España, en la que la decencia
y la brillantez constituyen obstáculos prácticamente insalvables para alcanzar
el vértice del poder, no acometa empresa alguna digna de pasar a la Historia.
De
todos los «espíritus» del Credo Legionario que tuve ocasión de escuchar en el
transcurso de esa jornada inolvidable, uno me llamó especialmente la atención:
«El morir en el combate es el mayor honor. No se muere más que una vez. La
muerte llega sin dolor y el morir no es tan horrible como parece. Lo más
horrible es vivir siendo un cobarde».
Esa
misma tarde, la del sábado, estaba convocada en Bilbao una manifestación en
favor de los terroristas presos. Una marcha etarra autorizada por el juez
Gómez Bermúdez, contra la que únicamente las víctimas de los verdugos del
hacha y la serpiente, humilladas en lo más hondo por ese nuevo escarnio,
habían alzado claramente la voz. Pensé en ellas, en todos aquellos a quienes
ETA ha robado la vida en su intento de romper España, y también en los que
han claudicado de un modo u otro ante esa banda asesina. ¿Qué es peor? Yo no
creo que morir sea un honor ni sé si es horrible o no la muerte. Nadie ha
regresado para contarlo. Conozco, eso sí, a muchos cobardes, y me consta lo abyecto
de su condición. Seres dominados por el miedo, huérfanos de honra, miserables.
La antítesis del espíritu que habita en la Legión.
Isabel San Sebastián, ABC, 14 de enero de 2013
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