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domingo, 22 de enero de 2012

"La espalda y los libros", de Ángeles Caso

             Me dedico estos días a una tarea agotadora: ayudar a mi madre en lamudanza que se ha visto obligada a realizar por ra­zones que no vienen al caso. Hacer la mudanza de una persona mayor que lleva decenas de años vivien­do en la misma casa es una labor de titanes. De pronto, todo se lle­na de cajas que rebosan de objetos en su mayor parte inútiles, pero ca­da uno de los cuales supone un re­cuerdo importante de la vida de su propietario. Es como si se pudiera reconstruir la existencia de un ser humano a través de álbumes de fo­tos, bolsos pasados de moda, objetos traídos de viajes que fueron extraordinarios. Miles de momentos de fulgor y nostalgia.
            Hacer además la mudanza de una casa donde vivió un catedráti­co de Literatura -mi padre-, es ta­rea propia de Hércules. Me deba­to entre miles y miles de libros que pesan como rocas. En homenaje al amor de mi padre por ellos, y al mío propio, los trato con el mismo cuidado que si fueran delicadas piezas de porcelana. Voy sacándo­los uno por uno, limpiándolos con un cepillo y colocándolos en el si­tio que debe ser, ese y ningún otro, según el orden personalísimo que tienen todas las bibliotecas.
            Y entonces envidio la suerte de las generaciones futuras, que en cuatro o cinco artefactos del tama­ño de una cuartilla podrán trasla­dar toda esa sabiduría y esa belle­za sin deslomarse. Siempre he si­do partidaria del lector electróni­co. Ahora, con este dolor lumbar que padezco y los estornudos que me provoca el polvo, me he con­vertido en adoradora del cacharrito. Por Dios, que metan pronto to­dos los libros del mundo ahí den­tro, por el bien de las espaldas de los lectores apasionados.
(Ángeles Caso, Público, 14 de abril de 2011)

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