Lo peor de la infanta Cristina no es
que haya olvidado que era dueña de una S.L. tóxica, lo peor es que no se
acuerda de quién es ella y, sobre todo, de quiénes somos nosotros. A ver,
nosotros somos los que pagamos, por ejemplo, los recibos de los escoltas que en
el descanso de las comparecencias le van a comprar un bocadillo. Nosotros la
hemos llevado a los mejores colegios y nos hemos ocupado de que su infancia
transcurriera en un entorno seguro e idílico: a dos pasos del centro Madrid, como
el que dice, pero en medio de la naturaleza. No tenía el metro a la puerta
porque disponía siempre de un automóvil excelentemente dotado, cortesía también
del pueblo, con un chófer que la llevaba y la traía. Nosotros nos hemos hecho
cargo de sus gastos y de los de toda la familia, le hemos regalado
prácticamente el palacio de Marivent, donde, si ella quiere, podría hacer noche
entre comparecencia y comparecencia.
Gracias a esos desvelos, de mayor
obtuvo un buen trabajo en una empresa solvente. Un trabajo en el que dice: Me
conviene ir a Suiza, y la destinan a Suiza sin mayores papeleos, sin que
intervengan en el traslado el jefe de Recursos Humanos o el responsable de
Personal, sin que los sindicatos digan esta boca es mía. Un trabajo al que
acude cuando le da la gana sin que la llamen al orden. Quizá ni siquiera le
descuentan del sueldo los días que no va por esto o por lo otro. No nos importa
mucho, en fin, que no se acuerde de las clases de flamenco o de salsa pagadas
con dinero público: bagatelas, comparadas con lo que llevamos invertido en su
formación. Pero nos duele que no se haya enterado todavía de quiénes somos
nosotros, usted y yo, que no tenga ni idea de con quién habla cuando se dirige
al juez que nos representa y que está intentando reparar las ofensas de que
hemos sido víctimas por parte de su alteza real.
Juan José Millás, El País, 14 de febrero de 2014
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