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sábado, 10 de noviembre de 2012

"Inactual", de Manuel Vicent



            Cualquiera que lleve hoy un pe­riódico bajo el brazo no es que esté mal informado, pero da la sensación de estar viviendo la realidad del día anterior. Simple­mente se trata de un ciudadano que parece andar fuera tiempo, como si usara un reloj de marca, un poco anticuado, que se retra­sa varias horas cada noche. Apar­te de eso, el periódico que uno lleva bajo el brazo define ideológi­camente al lector. Uno se delata en el quiosco cada mañana. Así sucedía también cuando en la Re­pública cada diario era el estan­darte de una bandería política, de la lucha de clases, incluso de un pensamiento religioso o anti­clerical. Durante la larga ceniza de la posguerra el periódico llega­ba al pueblo en el renqueante au­tobús de línea o en el correo ordinario, solo unos pocos ejempla­res, que leía gente muy significa­da, el farmacéutico, el médico, al­gún señor propietario, el clásico liberal autodidacta represaliado, un empleado de banco, el secreta­rio del Ayuntamiento. Sobre un velador del café y en la barbería quedaba el diario deportivo un poco grasiento después de haber pasado de mano en mano. Duran­te el franquismo no se leía el pe­riódico para enterarse de algo. Con el acto reflejo de pasar las hojas mojando con saliva la ye­ma del índice, se echaba la vista encima de una consigna patrióti­ca, de la inauguración de un pan­tano, del discurso de cualquier jerarca del Movimiento, de los ba­ches del municipio, todo molido por la censura, uniforme, tedioso y empastado de tinta. Al llegar la democracia la prensa escrita se adaptó a la libertad y cada diario se acomodó de nuevo a la mane­ra de ser y de pensar de sus lecto­res. Pero con la revolución digi­tal hoy la prensa de papel siem­pre es la de ayer y encima el pe­riódico progresista, conservador, reaccionario o amarillo que el ciudadano compra en el quiosco es un gesto ideológico que lo dela­ta. No sucede así con la tableta digital. Picoteando en el teclado del portátil con los dedos en el metro, en el tren, en una terraza al sol, nadie a tu lado puede sa­ber si eres de derechas o de iz­quierdas. Leer el periódico de pa­pel se va a convertir en el futuro en una exquisitez para estetas. Mientras todas las noticias en el digital son ya las de mañana, tam­poco está tan mal ser un ciudada­no elegantemente inactual.

Manuel Vicent, El País, 11 de marzo de 2012



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